Gustos y disgustos

Había pretendido compilar una lista de cosas (objetos, situaciones, actos, etc.) que me gustan o que me disgustan, pero creo que es una tarea que sobrepasa mi paciencia y mi tiempo. Por ejemplo, en la lista de lo que me gusta estarían objetos tan variados como los lirios que dibujaba da Vinci, el cuento “La lotería en Babilonia” de Borges o la constelación Orión, pero con esos tres objetos no hago sino empezar una lista que rápidamente derivaría en una relación tediosa, imprecisa y quizás interminable. Decidí entonces limitarme a esbozar una compilación de características personales que me son singularmente atractivas o desagradables. Hela aquí.

Me gusta

  • La gente valiente. No me refiero a ese valor fácil con que uno se entusiasma cuando chico, que significa ser valiente un momento en la vida sin que antes o después importe mucho qué hayas hecho. Me refiero al valor de pensar y actuar diferente día a día, sosteniendo una visión a largo plazo con cada uno de esos actos. Aunque por otras materias tal vez estemos en desacuerdo, esto es algo que encuentro valiosísimo de las personas que predican en la calle, de l@s comunistas, de l@s punkies.
  • Las personas con capacidad de crítica y de autocrítica. Aquellas que cuando preguntan tu opinión no lo hacen como una invocación de tus halagos sino realmente intentando superarse, y por tanto esperando que les señales lo que no está bien, aunque eso involucre algo tan devastador como escuchar que nada está bien.
  • La gente responsable con aquello que hace o dice. La que dice lo que piensa, la que hace lo que dice. La que no habla sin asegurarse de que sea efectivo aquello que expresa.
  • Las personas que hacen lo que hacen con fundamento. He podido tener serios desacuerdos con los actos de alguien, pero si esa persona hace lo que hace como eslabón final de una cadena de conceptos sólidos, entonces merece mi respeto. Robar por comodidad o por hábito me parece un gesto bajo, pero robar porque se cree que hay algo (pudiendo desglosar este “algo”) fundamentalmente equivocado respecto a la noción de “propiedad” puede ser incluso un acto consecuente que admire profundamente.
  • Las personas constantes. Las que no se preocupan de cómo van a sacar el primer número de la revista sino de cómo van a sacar los primeros diez. Las que no dicen “yo lo hago” para después aparecerse sólo a explicar por qué no lo hicieron (o quizás ni siquiera aparecerse), sino que están ahí desde que algo empieza hasta que termina, y luego van a la reunión para analizar qué es lo que estuvo bien y qué es lo que se pudo mejorar. Las que descansan cuando efectivamente llegó el momento de descansar, no antes.

Lo tolero

  • La gente que vive en función de su religión. Aquí debo separar dos versiones. Por un lado está la gente que es religiosa y no lo esconde, pero que ni amputa su vida ni invade la vida de l@s demás por ello. Con esas personas me llevo bien, aunque no compartamos mucho en el plano místico. Por otro lado está la gente que obsesivamente busca convertirte, o con la cual nunca puedes proponerte hacer nada porque invariablemente tienen algo que hacer en la iglesia. Con ese grupo ni a misa 🙂
  • Las personas que se creen talentosas y son consecuentes con ello. La verdad es que en muchos casos quisiera observar más autocrítica y descubrir la aplicación de una cierta perspectiva histórica al juzgar las propias obras, pero, a falta de ello, creo que está bien que por lo menos se desentiendan de las opiniones que les tratan de inducir a la inacción. Esto es algo que, meditándolo bien, creo que tolero porque espero con ello ganarme alguna indulgencia por, de vez en cuando, creer que algo de lo que hago es de suficiente valor como para donarlo al patrimonio común.

Me disgusta

  • La gente que no da la cara, la que tira una piedra y esconde la mano, la que borra con el codo lo que escribe con la mano. La gente que cree arreglar un problema abusando del poder que tienen a mano, en la jerarquía de una familia, en la jerarquía de una institución, en las jerarquías de hecho que genera una sociedad donde las cosas se arreglan por lobby y la riqueza no es algo distribuido de manera homogenea.
  • La gente que sólo valora un aspecto de la cultura. Sólo la ciencia. Sólo el arte. Sólo la religión. Especialmente la gente que ya es adulta y piensa así me preocupa, pues lo puedo entender como un pasaje de la adolescencia pero no como un rasgo de alguien que durante su Enseñanza Media recibió una razonable exposición al espectro de creaciones humanas y finalmente decidió ponerse unas lentillas para ver todo bajo un único filtro.
  • Las personas que viven la vida creyendo que la tienen resuelta, y que, por si eso no fuera ya discutible, esperan poder regular la vida de las demás personas de acuerdo a su solución. En muchos casos hay cuestiones religiosas de por medio, pero no en menos ocasiones alguna tradición (por mal que ha funcionado en el pasado) es el lecho de Procusto (referencia pedante, lo sé) en que acuestan a quienes les rodean.
  • La gente que espera reconocimientos endémicos. Suele pasar con algunas personas mayores, que por ser mayores entonces se suponen más sabias o experimentadas que una persona más joven y entonces se sienten en una jerarquía superior en la vida. Esto en realidad depende de cómo cada persona vive y de lo que se anime a experimentar. ¡También depende de si uno concibe la vida como algo con jerarquías! He conocido personas que con la mitad de mis años han vivido el doble que yo, y no dudaría en pedirles consejo. Complementariamente, he conocido personas que con el doble de mis años no tienen idea de donde están paradas pero se indignan por detalles [tono irónico ON] tan trascendentales [tono irónico OFF] como que no se les trate de “don” o que se espere que cumplan las mismas obligaciones de cualquier persona en el grupo humano en que comparten.
  • La gente que blinda conceptos. Uno frecuente es la capacidad reproductiva, que para muchas personas es algo intocable, pues se supone que derivas una serie de realizaciones espirituales y físicas al reproducirte. De ahí surgen expresiones tan falaces como “cuando uno es padre, entiende que bla bla bla” con lo cual la idea es que las personas no-padres (y no-madres) agachen la cabeza y reconozcan que no califican para contestar ese argumento. En realidad análogamente se podría decir “cuando uno no es padre, entiende que bla bla bla” pues la no-paternidad (no-maternidad) hace posible un juego de experiencias distintas, que la persona que opta por la paternidad (maternidad) se pierde.
  • Las personas que no saben discutir. Quienes hacen el equivalente de opinar algo para luego ponerse las manos sobre los oídos y decir “no te escucho, no te escucho”. En la misma línea me impacientan quienes discuten partiendo de la hipótesis incuestionable de que tienen la razón, no dudando en torcer todo lo demás, desde los hechos hasta la lógica, por salvar esa conclusión.
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